miércoles, 3 de diciembre de 2008

Eterno retorno


Tengo que reírme. Pero no una sonrisa que pinta plano un fondo en la comisura, sino una risotada dolorosa, de aquellas que te parten y te lanzan a la alfombra en busca de un alivio indeseado. De dibujar dibujo una gran carcajada, tremendo escupir de divertida lava, cuando me hablan del eterno retorno aquellos que nunca retornaron, que nunca se movieron de su verdad. Nada de pegas que pegar, entre otras cosas porque no hay tímpanos que recojan mi risa alrededor. Retornado otra vez, ciclón de las inconstancias saludables, enemigo voraz de mis rutinas, al abrazo oscuro y amistoso que se parapeta tras la barra –defendido de tanto hace ya tantos tanto-. Y qué alegría tan privilegio me arrastra hacia el reír. Y más cuando me hablan del eterno retorno los filósofos de la inacción. Uno encuentra placer en un frontón del que uno conoce su secreto: ninguna bola lanzada regresa del mismo modo tras estrellar su cuerpo contra el muro. Variables y detalles hacen del retornar un hallazgo eterno e inconcluso. Nunca anochece igual. Hasta en los ojos. Y noches diversas paren diversos soles. Nunca es el mismo segundo el que arropa tu delirio, el que llama delirio a tu constancia, el que llama constancia a tu retorno. Y aunque insistan y aparentemente... Yo no sé lo que es parece. Me tengo que reír, iluminado de gozo, al recordar las enseñanzas de las estatuas, ¡altivo de mí! Descerrajo sonrisas sin ánimo de ofender al ofendido nato. En silencio. Solo. Sin gesto que delate la alfombra, el suelo, el volcán, el risible retorno. Alguien lo entenderá, pero no seré yo. Mi papel es otro bien distinto. Expositor de emociones invisibles nunca en venta, expongo mi cachondo pensamiento sin alterar el orden natural, sin arengar a nadie, sin lanzar al mundo a una batalla que retornará a su absurda procedencia. ¿No es como para perder los tornillos en alguna esquina? ¿O será para enlutar el gesto y fustigarse? Nunca bota la pelota de plástico amarillo en el mismo punto del hormigón, y cambia la fuerza y la dirección muda. Es todo extraordinario: la risa y el retorno, el frontón y esta silla, esta mesa, este lugar, camaleón sin nombre dispuesto cada noche a ser absolutamente reinventado, insospechadamente retornado. Viendo el panorama, ¿tengo o no tengo que reírme?

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Inmarcesible

Echarse al camastro y abandonarse al sueño. Valga como poética del presente. El sueño es de amplio abanico y airea desde un marfil hasta una sonrisa. Náufrago en medio de esta roca, isla vestida con un blanco gotelé, observo mi propio estado. Golpea en mi puerta la palabra inmarcesible. Trato de recordar. Todo es en vano. No llega a mi memoria el significado de ese puñado de letras: inmarcesible. Quizás tenga que ver con lo que escribo. ¡Ojalá! ¿Quién sabe?... Me pasé de entusiasmo y exclamé sin arbitrio, presa de un total libertinaje. Me adelanté al punto del relato en el que hasta las comas exclaman. Miro mi juguete y le sonrío. Descansa, de par en par abierto, estirando su espalda encajada la mayor parte del día en mi bolsillo, sobre un colchón que ha sido parte fundamental de esta mi cama durante mes y un tercio. Me sirve de consuelo y me acompaña. Juguete preferido de estos últimos años. Y me alivia el alma, reconocerlo es justo, y hasta el ansia. Ya leí, no recuerdo, pero sí, ya leí hace algún tiempo que sana el escribir. Todo este asunto comenzó con aquel lejano "Echarse al camastro y abandonarse al sueño". Acabará quién sabe en qué ahora, tapado con qué arañazos y a merced de qué extraño. Quizás el extraño sea yo y esta historia me sirva... ¿He dicho historia? ¡Qué osadía!... Otra vez he caído en las redes del énfasis, de la ira, de la emoción , venga de donde venga, y he puntuado con la ya conocida exclamación. Pero vuelvo y termino. Quizás yo sea el extraño y esta historia termine a mi merced. Como creo que sucederá. Como creo que sucede con todas las historias, los camastros, los sueños de marfil y las sonrisas deslavazadas por la vigilia impenitente de esta noche que no termina de apagarse.

jueves, 30 de octubre de 2008

Canto I


Hubiera querido cantarle a Dios. Cantarle las cuarenta a ese Dios mezquino y miserable. Pero enmudecí, mezquino como siempre, y me sentí, como siempre, igual que él. Seguí mis propios pasos desde entonces, sabiendo que el camino sería peligroso. Pero no tuve miedo. Y silbando miré siempre adelante. Poco a poco olvidé aquel lejano día, hoy todo un extraño para mí, en que hubiera querido cantarle a Dios; cantarle las cuarenta. El camino fue largo y a menudo descansaba mi cuerpo en los balcones de algún bello palacio rodeado de fuentes y jardines. En los palacios comía con finura los más bastos manjares y bebía licores de nombres extranjeros hasta que amanecía. Ese descanso era una pobre excusa nada más para olvidar -como antes había olvidado el cantarle a Dios- el camino. Pero no lo olvidaba y continuaba usando mis labios de instrumento. Pasó el tiempo. Estaba tan cansado de atravesar sin pausa el camino peligroso que me entraron las dudas. Llegó hasta mí el olor del palacio, del jardín, del licor y del basto manjar comido con finura. Flaqueza. Una gran flaqueza interior se apoderaba de mí. Era fuerte. Más fuerte que yo. Luchamos en desigual disputa hasta que mis fuerzas tensaron su límite y de pronto entendí lo que pasaba: la flaqueza es un fantasma, un sueño hecho de humo, un aire pintado de tristeza. Lo entendí y entonces se desvaneció para no volver -como ese gran amor que todos tuvieron- nunca más. Silbando otra vez proseguí el camino peligroso, trazado por un Dios mezquino y miserable. Ya no estaba cansado. Quería correr, volar, llegar rápido al final del camino, ver qué había en la meta. Yo imaginaba un gran tesoro, algo que compensara el caminar en solitario por un camino peligroso toda la vida. Silbando, sí, toda una vida silbando y caminando. Luchando y venciendo. La mirada siempre puesta en el horizonte con los ojos de un retrato antiguo estropeado. Esperaba ese tesoro con el alma preñada por el ansia, con la boca abierta de ilusión. ¿Quién no ha sentido eso alguna vez? Pero debo deciros, amigos, que no merece la pena. Que la flaqueza no es un fantasma sino un aviso, una alarma que despierta a la vida y te dice: Descansa, ve al jardín, al licor, a la alcoba del balcón rodeado de fuentes. Con finura desbroza el manjar con los colmillos hasta el amanecer y goza, goza, amigo, goza. No hay tesoro, Señor. Eso aprendí. Quizás llegue el momento de empezar a cantar. De empezar a cantarle las cuarenta.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Nana

Me reencuentro con la música y cambio mis apuestas de otras tardes. No me juego todo al sueño y reclamo este espacio sonoro de luz que se precipita hacia mí desde las alturas del lenguaje eterno y me muestra distintos tablones flotando sobre el mar embravecido de este día. Agarradas a su mano imágenes de iglesias embutidas en selvas vírgenes de algún remoto rincón de mi pasado. Corren hacia mis brazos con la severidad de los hijos abandonados. Son notas con rostro indefinido que caprichosamente me sonríen o secan sobre mis hombros innumerables lágrimas. Criaturas que entraron en mí para que pudiera yo darles a luz en otro tiempo, el mío, y regalarme una bastarda paternidad. Aunque me ciega en parte el sol que invade la ventana de este salón que comparto con los sueños y el descanso de otros seres, y la ceguera estorba el natural fluir de las palabras, me hago fuerte en su presencia inasible y lucho por volcar una forma afín a mi lengua sobre este folio, recién estrenado, como mi nuevo juego, como mi nueva apuesta.

Y llega con un raudal desbordante, absolutamente descontrolada, y me hace sudar la gota gorda del amor. “Despierta”, parece decirme con su polifónico susurro encerrado en la pista de la que emana sin pudor hasta mi oído. Y miro a través de la ventana y, quizás porque es un nuevo día, el sol no baña el sueño del salón y es el frío plúmbeo de este otoño el único líder del paisaje. Acato sus órdenes y despierto. Con los ojos bien abiertos observo el letargo muerto a mis pies, veo desaparecer ese letargo, evaporarse hacia quién sabe qué cielo, sobre quién podría adivinar qué nube.

Ahora estamos ambos a solas. Mezclamos nuestras músicas con la maestría del viejo barman de la boca del túnel y nos embebecemos ante la belleza una vez más. Me sonríe la Fortuna con picardía y yo le devuelvo mi sonrisa penitente. Ambos sabemos que mientras caminamos de la mano hacia el abismo impenetrable del sentido se tiran los silencios desde altas torres, suicidas de los que nadie se percata. Ambos ignoramos cuándo emprendimos este camino y, por supuesto, ninguno de los dos puede ver el final del camino ni el fondo del abismo. Pero caminamos de la mano esta tarde que fue de sol y ahora es de sombra, que fue de sueño y ahora es de vigilia, que fue silenciosa y ahora es tan musical como la nana de una madre volcada en el rostro de su recién nacido.

martes, 14 de octubre de 2008

Ser y no ser

Vivir en este instante y olvidar todo aquello que pasó debiera ser el único objetivo de esta voluntad mía. Vivir en los ojos de los demás y no en la interna mirada que me apresa sería el único premio que debiera esperar tras tanto juego. Beber el vino apaciaguado y calmo y calmarme yo y dejarme apaciguar por él tendría que ser el esfuerzo único de esta noche recién atardecida. Sentir el frío. Sonreír. Tenerlo claro todo y sin embargo flaquear y no encontrar en nada un minúsculo atisbo de esperanza. Pasará esta noche y quizás mañana, al despertar y ver la luz recién amanecida se irán como el vapor los tristes pensamientos. Me escudo en el bullicio una vez más, legítima defensa en el batalla eterna que impele sin razón a la soledad. Espero, mientras viajo de aquí para allá, a unos amigos. Pronto compartirán vino y mesa -mármol frío como el aire- con mis fantasmas; quizás también conmigo si despierta su presencia mi ánimo hundido e infecundo. Como véis, la esperanza late tímida, moviendo el pulso de este instante sobre el cuaderno negro, compañero mío inestimable. ¡Ojalá no existiera la distancia que separa la euforia de la pena! De ese modo podría yo pasar por alto todas mis heridas y elevar mi voz... y mi cabeza. He cambiado de mesa. Me sitúo junto a la acera, en el límite exacto del refugio. Un paso más allá se mueve el mundo en un carro de niño, dentro de una bolsa de basura, apoyado en el bastón de un anciano. Se mueve el mundo cuesta arriba y cuesta abajo y cuesta y cuesta, cuesta verlo y no participar del movimiento ni del mundo. Preferir la quietud. La mesa de mármol frío, el vino apaciguado y calmo, el cuaderno compañero y la espera tranquila del amigo. Preferir vivir en este instante a traspasar la puerta que invita a poner los pasos en la acera y caminar de la mano del mundo que, cuesta a cuesta, se mueve incesante y tenaz. Estar dentro y fuera al mismo tiempo. Ser y no ser en el instante eterno que tiñe de nostalgia este propósito, esta meta, este sueño de la voluntad, anclado en medio de tanta reflexión y tanta espera.

jueves, 24 de julio de 2008

Los días a la espera

Cualquiera de estos días que se encuentran a la espera, agazapados tras alguna esquina cercana, miraré al hombre que prepara los cafés y no seré tan diferente. Sin ser espejo, reconoceré los años en su ojos como la loba distingue sus crías del resto del grupo que retoza y enseña sus colmillos recién nacidos. El pelo ausente, las manos ásperas y adornadas con callos en la palma, las bolsas de su rostro y tantas otras huellas guiarán mis pasos hacia el nuevo reflejo. Tomaré un té, no importa la estación, y hablaremos del tiempo: la lluvia, el sol, depende del humor que haya dejado el colchón en mi ánimo, o del clima. Sentado en una mesa me veré, y el viaje será largo, dejando caer palabras al azar o componiendo la más justa expresión que me revele. Tronará el noticiario las mismas desventuras y al llegar el deporte zambulliré la vista, fondeando la taza caliente, y descubriré corales de limón. Cualquiera de esos días puede ser que ande por ahí desprovisto de tinta y de papel, desprovisto de ideas y de impulso, sin ganas de plasmar aquello que percibo y siento igual que opero ahora, cirujano del momento en busca de la vena que cortar, el órgano a sanar, la brecha del presente malherido. Ignoro lo demás: las sorpresas que, dicen, deparará el destino, y es por eso que ahogo en conjeturas una mañana más y sumerjo mis manos en la impropia tarea de escribir sólo aquello que siento salvado en el instante. Uno de esos días el instante será una burla más de la distancia. La risa se vestirá entonces con una gran carcajada que, violenta, partirá en dos hasta la desazón con más blindaje. Caerán las más enormes torres como una plastilina prensada con el puño y el puño será allí una palma ofrecida sin pudor a cualquier mano.

miércoles, 16 de julio de 2008

Efímero

Saber dónde uno está. Qué lugar ocupa en este mundo. Saber cuándo llorar y cuando llega el turno del reír. Incógnitas difíciles de despejar. Preguntas para ser respondidas tras una larga cocción a fuego lento. Amanece en Jerez. Cantan los pájaros saludando al sol. La noche está llena de emoción: pistas, claves para hallar las respuestas, despejar las incógnitas acomodadas en algún rincón de mi impaciencia. Sonaron esta noche las voces que amansan al corazón más fiero. Como le dijo Celia a Laura - y yo estaba ahí dispuesto al robo-: Esto es el amor. Pudo no haber sido así esta noche. Pudo no ser una vida tan grata, pero fueron las circunstancias favorables a la magia y la armonía cantó con voz de mujer. Es un buen momento, este amanecer, para la gratitud. El viaje estuvo lleno de sorpresas que llenaron de asombro hasta el hielo derretido al fondo de los vasos. De monte en monte, pico a pico, escalamos hacia ese lugar que nunca pisó nadie y plantamos una bandera de colores desconocidos para aquellos que ven en la patria una frontera. La compañía nunca fue tan adecuada. Y nadie echó en falta siquiera el aullido de un perro. Fue total y completo y tan reciente como el jugo de un limón arrancado del árbol con la mano para mayor refresco de las almas. Y lo mejor, esa humildad que habita en esta tierra, reino de gorrinos, campanas y encinares. Esta humildad que escama en estos tiempos de palabras enormes y burdos egos henchidos de aire pétreo. Sonaron humildes las voces más bellas tirando los versos sobre el gres marrón de la terraza. Espías tres plantas y un cenicero empachado por los restos de la batalla. Fue mágico humilde y hermoso. Supe dónde estuve y encontré un lugar que ocupar, que ya es bastante saber, efímero saber, como efímera noche que termina, como efímera magia que deslía los intrincados nudos de una vida que empuja sin sentido hacia lo eterno, como efímero yo, como efímero todo en este mundo, hasta el día que empieza, sabiendo que su fin llegará pronto, pero ignorando que será sucedido por otro y otro más y otro y más y más...Al menos hasta que mueran todos los testigos. Y eso, espero, no será tan pronto que nos impida mirar con nostalgia estas noches muertas, bañadas de emoción, el día de mañana, que es hoy ya, ahora mismo, en este instante en que termino de apuñalar al recuerdo con mis romas palabras y dejo a mi ser que repose, descanse y sueñe, quizás con Alfonsina o con la niña Lola o con ahorrar algo de dinero y volver a tener en casa una guitarra.

viernes, 30 de mayo de 2008

El dedo hermoso

Acabamos de hablar. Unos minutos al teléfono que han sido un pisar la luna. Su voz, tímida y fresca, se coló en mi piel, manchada todavía por el insomnio y el alcohol, como la guía en la vena del enfermo. Abracé sus palabras como agarra el bebé el dedo de su madre. Todo lo que dijo lo recuerdo ahora recubierto de mar salada. Me llega con ella la memoria de mi añorada bahía, tan poco valorada –perdóname, inmenso mar- cuando al abrir la mano del sueño la encontraba en mi palma envuelta en sol y sur. Si ella supiera lo que para mi... Sí, ella sabe, ¿pero y yo? ¿Sé yo que escribirá ella ahora, momentos después de colgar el teléfono? ¿He dicho colgar? Más bien habría que matizar y decir: después de apretar el botón que corta la señal, la comunicación, la conversación y nos devuelve al silencio. ¿Qué escribirá ahora tras apretar ese botón con su precioso dedo? Ese dedo me pareció el más hermoso que una mano pudo jamás tener. No me refiero a escribir en papel, como hago yo ahora, instantes después de hablar con ella –instantes que se me antojan ahora una vida entera, instantes en los que he envejecido y muerto varias veces-. Hablo de otro escribir: en el aire, en el tiempo, en la luz, en el sueño, en la risa, en el mirar a través de una ventana algo sucia por el polvo... Escriba lo que escriba será perenne ya en el pasado mudo; habitará un tiempo que es cadáver y yace bajo frías paladas de presente. Pisamos nuestra vida sobre millones de escritos tras instantes profundamente muertos. Conocerse es dar a luz una nueva existencia. Ella existe ahora y para siempre. Sí, ella, que no existía. Qué generosa puede ser la vida al precio de un saludo. Acabamos de hablar hace un momento. Acabamos de nacer hace un instante – un instante que ahora es un desierto inmenso que se traga las vidas que asoman su esperanza tras las dunas-. Y para celebrarlo escribo estas palabras, mancho de tinta el aire de mis pensamientos. Palabras que dejan de pertenecerme, que no son sino un laberinto, un jeroglífico que dejaré a aquellos que se asomen a mi muerte, cuando mi cuerpo, cansado de su sombra, se oculte del sol de una vez para siempre. ¿Qué será entonces de la conversación tenida hace un momento con la chica del dedo hermoso? ¿Dónde estará ella entonces? Ella, que me tuvo, que me hizo nacer al aceptar el vino al que invité...¿A qué poema pertenecerán sus versos? ¿En que mar lavará sus dichas y tristezas? Cuanto camino queda, cuanto presente por sepultar antes de hallar una respuesta. Una respuesta que será el vientre donde engendrar tantas preguntas como estrellas puedan verse en el límpido cielo de sus ojos. Bebo un trago de agua. Miro al frente sin mirar nada. Nada en absoluto. Nada que me ancle al suelo. Sólo vuelo, floto en el espacio que invento sobre la marcha con un puñado de letras. Es salvaje esta forma que tengo de curarme. Huyo del tiempo, lo ignoro o lo hago pequeño volando así, volando aquí, en este trozo de papel. Sonrío. Si ella estuviera aquí ahora no podría evitar acariciarme, porque me he hecho tan pequeño, me he vuelto tan débil y estoy tan desnudo y tan solo...Pasaría su mano por mi pelo, tocaría mi oreja en silencio y yo dejaría de escri

miércoles, 28 de mayo de 2008

Ruinas

Volveré a mis ruinas a recoger las flores que conserven algo de color. Con paciencia, una a una, agachando la cabeza sin temor a los dioses, haré un pequeño ramo. Ofelia pasará como un leño flotando sobre el río, pero yo no estaré cerca del río, sino lejano de todo funeral. Mis flores serán las manos del aliento, el olor de la esperanza. Penetrará en ellas la luz, que beberá de sus pétalos hasta saciarse. Volveré despacio, paso a paso, hasta encontrar las piedras que antaño fueron casa, hogar y lumbre. Caminaré desnudo, de noche en noche para no ser hallado y preso y beberé del río, como un animal salvaje. Volveré a rebuscar en la ceniza que dejó el incendio del ayer y miraré debajo de las piedras en busca de la foto de aquel niño que sentado en el sillón aquel tocaba la guitarra.

martes, 13 de mayo de 2008

J.

No se atreve a salir el sol todavía. No quiere o tiene miedo o quién sabe. Yo nada sé del sol, nada de sus costumbres, nada de esta ciudad, nada de los pensamientos de J. Hace unas horas, unos cercanos siglos, sitiaban mi lucidez las más extravagantes ideas, me ponía en la piel de los otros y tratando de adivinar por qué no esa llamada sufría y lamentaba la espera como quien lamenta que hoy no haya salido el sol. Pero eso fue antes de ayer, mucho antes, en otra vida, antes incluso de nacer esta mañana, antes, qué hermoso lo escribió Hidalgo, de que la palabra antes existiera. No se atreve el sol a salir y bien podría tomarme como ejemplo. Luzco sobre esta calma aún por conocer, calma nueva que zambulle su aire en esta agitada primavera. Y aunque J., presente, esté tan cerca -¿quién demonios soy yo para ignorarlo?-, idéntica distancia es la que yo mantengo. No quiero importunar a sus demonios, ni ser humana traba de su búsqueda. Algo sé del buscar y del perder y entiendo que no siempre es el mar quien llena de aire fresco nuestros pulmones. Algo sé, pero la llave mágica se perdió en el pozo de los deseos hace ya muchas ilusiones. No se atreve a salir el sol. Quizás esté durmiendo bajo sus mismas sábanas, regando de calor sus fríos sueños. Quizás evaporando pesadillas y sudando su mal, del que nada sé. Tan sólo compartí unas migajas lanzadas a hurtadillas en un vino y unas patatas fritas. Aparecí en su cuerpo como quien improvisa una carta de amor y tacha, corrige y reescribe tratando de acertar, iluso de mí, con las palabras. Fuimos dioses un instante y repartió el silencio la baraja. La suerte adormilada sobre el verde tapete de lo cotidiano. Yo le recé al tiempo para que se pusiera de mi lado pero ni el sol ni el tiempo han salido en mi defensa todavía. Nada nuevo, nada bueno ni malo, nada que me extrañe en demasía yo que nada sé de J. ni de mis altos vuelos y caídas.

viernes, 9 de mayo de 2008

Un lugar


Este lugar es tan bueno como cualquier otro. Este lugar en medio del habitado desierto del existir y el no existir. Tan bueno para tanto y tan extremadamente sublime para las naderías que empujan hacia un pensamiento vacío. Esta silla compañera, aliada de mi mano y ese rostro, enemigo sin pretensión de mi quietud y mi silencio, son asientos del ser ambos y ninguno. Aqui florece, como en cualquier desierto que se preste, la palabra, esclava de mis instintos más voraces, feroces y noctívagos. ¿Cómo hacerte entender, rostro enemigo, que vengo de otra batalla y que la lucha, en la que fui coronado y derrotado, señor y siervo mío, tuvo un final amargo y destructivo? Este lugar, ese rostro, caña y libro es tan bueno, tan veraz, tan armonioso e intrincado y complejo y caótico como cualquier otro. ¿Cómo hacerte entender que de la oscuridad lo entiendo todo? ¿Y que abierta una brecha en un pronto pasado y vislumbrar la luz, sería tan honroso mostrarte yo el camino como que tú siguieras mis pasos hacia el cuarto y secases tu piel debajo de mis sábanas? Ya sé que de la piel apenas yo sé nada. Y que tan roto en trozos inmumerables veces llamé a distintas puertas en las que la mirilla negó al pomo y me quedé en la calle. Pero tengo esta silla, estas palabras, este desierto frío y lluvioso. Y la esperanza.

lunes, 21 de abril de 2008

Clareando

Clarea. Empiezo a vislumbrar la brecha de la luz. La grieta que permite iluminar levemente mi rostro. Es un amanecer consecuente y honroso, vencedor de aquella que por un momento se erigió como la noche eterna del alma. Clarea y son las gentes, sus modos, sus sonrisas, las que empujan y apartan de su ocaso al sol, al gran fuego que alguno, desde lejos, llamaría gran estrella, centro de la galaxia. Es una transición, lo sé, hacia la luz. Aunque nada sepa de luz, tan sólo que me falta cuando ando sediento (y ya es bastante). Sin la luz nada crece. Si no se crece es difícil hallar la luz. Bendita paradoja que nos mantiene, alienta y alimenta.

jueves, 10 de abril de 2008

Una carta de amor


Han abierto sus fauces estos años para rugir verdades y dibujar en mi pecho herido por sus garras un sol naranja, redondo como la tarde. Han asistido a todas mis muertes y han llorado mi pena y velado la palabra ausente. Me han perseguido por todas las aceras y han bajado peldaño tras peldaño al rebufo de mi espalda cargada de sueños y amargura. Han comido las bestias de mi mano y han dejado libre esa mano para aplaudir, quizás, mi valentía. Pero pasó su tiempo, y el tiempo de las muertes y la ausencia. Me meteré en el mar de tu sonrisa y comenzaré una larga travesía rumbo a tu corazón. Amaré todo de ti, si tu apartas la cortina y me muestras tanto como tanto seas. Serán mis manos viento y tu pelo velamen de fragata. Flotaremos tanto como podamos hasta alzar el vuelo y desaparecer, juntos, con un libro en las manos en el mismo sofá. Yo te leeré mis... Cae un lágrima. Si quisieras escuchar me gustaría llenarte de asombro compartiendo el mío. Si escuchas, hablaré despacito para no equivocarme y tentar a las bestias. Me posaré en tu seno como la hoja muerta por el otoño y tú pasarás tu acento andaluz por mis mejillas. Usurparé el trono a tu rey invisible y reinaré en tu reino como un esclavo más de tu sonrisa. Se acabarán los años de la huida. Y los paseos por la calma serán interminables.

lunes, 24 de marzo de 2008

Enredando las manos

Enredando las manos cual si fueran versos traviesos en busca del tacto suave de una palabra. Pájaro extiende sus alas esdrújulas y de su pico llano sale un trino en un sol agudo. Transfigura, amigo, tu carne herida por la pluma. Sé valiente, poema recién nacido en mi memoria. Y enseña tus palmas a la lluvia incesante; que limpien las gotas cualquier resto de luz. Amparado en las líneas que dan rectitud a la nostalgia observo las otras brumas, las otras tormentas, la lluvia seca, el frío que bucea en la sangre caliente de mis años...Mas de mi observancia clavada en esta silla sólo deduzco el hecho de que callo demasiado a menudo. Caigo en el silencio de la palabra herida desde la montaña de cumbre oscura y fría de mi tristeza enferma. Si no fueran mías estas manos...este poema...estas palabras llanas y estos pájaros...sería tan difícil servir a mi desdicha como aterrizar las lágrimas en las nubes grises que acotan este cielo castellano.

domingo, 23 de marzo de 2008

El pozo


Cambiaré el foco, que es, como buen foco, también la causa, el pozo, de donde nace esta angustia, cotidiana también por lo dolientemente acostumbrada que está a acosarme. Al hacerlo me romperé en varias infancias, seré puzzle, escombro, porcelana rota esparcida por el pasillo de una casa deshabitada, enferma de pasado, clavada en la muerte. Aunque mire atrás sólo veré lo que me espera, el mañana, o, como mucho, un hoy, un ahora agonizante. Romperé, de ese modo, el hilo pendido en las alturas, quedará romo el cuchillo, roto el diente afilado y me dejaré caer sobre un mullido lienzo de incógnitas donde, sueño tras sueño, iré descubriendo los porqués que se esconden detrás de estas palabras tintadas sobre el cuaderno esta tarde de julio, que busca, igual que yo, cambiar de foco, que es causa, como no, pozo...

sábado, 22 de marzo de 2008

La pregunta


Sabiamente me alejé. Y aunque no recuerdo el rumbo tomado si es clara la determinación de mis pasos. Fui todo yo memoria del abandono y la derrota. Después, lejos de todo aquello, empecé a ensayar la olvidada sonrisa delante del espejo; una suerte de rehabilitación heroica y milagrosa. Del camino sólo recuerdo un viento frío azotando mi rostro y la verde hierba acurrucada en mis pupilas. Pasos lentos abrían el sendero que se cerraba de inmediato tras de mí del mismo modo en que anochecía tras mi espalda. Las manos, si mi memoria no falla, jugueteaba una dentro del bolsillo con un billete de metro ya usado y la otra flotaba sobre el aire como una ala que cortase el viento y se balanceaba arriba y abajo, arriba y abajo, danzando cada dedo al compás del frío y del cansancio. No había más música que el pálpito de mi corazón. Una lágrima servía de guía y luz. Esa lágrima respondía a la pregunta que jamás tuve el valor de contestar. Tal vez nunca llegué a hacerme la pregunta, muerto de puro miedo a una tentación. O quizás la hice en aquella mañana enfrentado a la bahía de mi querido norte y se perdió en sus aguas para siempre.

domingo, 9 de marzo de 2008

erre que erre (about Nietzsche)


Cualquier tiempo pasado fue pasado. Y aun cuando trata de encimarse en el presente saltando como “garbancito a la va” es un peso muerto que exceptúa la regla de los pesos muertos y, en vez de duplicar su materia al deshacerse del grávido presente, multiplica el dolor del que lo auxilia y porta por un infinito que lo convierte en pluma. No sé si me explico. Pero me explico hoy, en este presente que muere y muere velozmente y se consume como la luz generada por una resistencia enmarcada en cristal. Intentaré hacerlo más sencillo, para que pueda entenderlo yo, fundamentalmente: cuando la tinta acaba de formar una erre, la erre de formar, por ejemplo, esa tinta, se seca, se muere y pasa de pertenecer del presente del bolígrafo y la mano al pasado de la tinta seca sobre el folio. Esa erre yace, digamos, muerta y lejana y aunque la palabra formar perdure, su perdurar (también terminada en la erre inextinguible) forma parte de un pasado, es parte de aquel instante pretérito en que fue escrita, de la misma manera en que fueron escritos aquellos momentos ya vividos y que, aunque perduren en quién sabe qué folio de nuestra memoria, no son más que tinta seca, inútil para formar otra letra, otra palabra, otro suceso, otro presente. Creo que está más claro. Aunque esta claridad forme ahora parte del pasado... Habría que virar el rumbo y darle esquinazo al pensamiento ocioso, que, aunque nace para aclarar, es turbio en su fondo y provoca remolinos y fuerzas marinas poderosas y absolutamente incontrolables que, si no es hoy quizás sea mañana, pueden provocar el choque del navío y una grieta decisiva para el flotamiento deseable de nuestro casco forjado con armaduras fundidas en tantos desencuentros, materias muertes del pasado presente en este folio, cementerio de tinta negra.




miércoles, 5 de marzo de 2008

Faro de Cabo Mayor

Sacar punta a la mirada y apresar la imagen en una jaula diferente. Ese debería ser el centro de la diana. Y jugar cada día con un nuevo dardo. Verse, del mismo modo, con ojos diferentes cada día y escapar de la cárcel del hábito y al juicio tendencioso del espejo darle esquinazo. Afilar el horizonte, cual si fuera con lupa escudriñado. Y dejarse asombrar y vestirse de asombro y un sombrero de paja estival que te libre del sol en la mollera y del calor que impide abrir los ojos cada día como si fueran nuevos, recién sacados punta, asombrados de asombro y realidad.

sábado, 23 de febrero de 2008

Situaciones insospechadas


Somos capaces de adaptarnos a las situaciones más insospechadas. En realidad somos incapaces de no adaptarnos incluso en las situaciones más insospechadas. Somos capaces de hacer la o con un canuto y bebernos una botella de ron en una noche, pero somos incapaces ante la inmanente inadaptación. Hemos aprendido a no volar. A no volar muy bien. Tememos la adaptación tanto como tememos la no adaptación. Pensamos que ambas cosas nos alejan del yo. Yo soy todo y todo es yo. Yo soy para mí y todo es para mí. Adaptados sentimos que el yo cae al abismo. Inadaptados sabemos que el yo cae al abismo. Buscamos las respuestas entre luces eléctricas, o bien por la mañana con un sol espléndido tomando un café en la agradable terraza de la esquina. Pero las perseguimos sin tregua de la noche a la mañana o viceversa. Y luego nos dormimos, si podemos. Las respuestas nos llevan al yo y viceversa, pero al yo adaptado y al inadaptado. Para la respuesta, según parece, no hay distingos entre un tipo y otro tipo de yo. A la respuesta le basta y le sobra con creer en un yo. Un yo en el que la respuesta, según intuimos, no encuentra interlocutor. Formulamos mal las preguntas sobre el yo, y viceversa. Formulamos bien las ideas, las imágenes y los conceptos pero nos pierde el parloteo. La palabra, la que se hace la encontradiza, nos falla una y otra vez. Parece que la palabra pierde siempre, es mala jugadora, es gafe en las apuestas. Entonces reflexionamos y dejamos de hacer preguntas sobre el yo. Empezamos, con más ansia si cabe, a preguntarnos sobre el quid de la cuestión: las situaciones más insospechadas.

miércoles, 30 de enero de 2008

Semejanza


El Creador nos hizo a su imagen y semejanza. Su semejanza se asemeja al reflejo de un fantasma en un espejo de agua evaporada. Nuestra semejanza, por tanto, se aleja de ese Dios invisible, mudo, desconocido, de ese ente virtual comprado por teléfono a altas horas de la madrugada y del que un cartero sin papeles explotado por alguna subcontrata se excusa amparándose en certificados del extravío. Somos semejanza del extravío, huecos del ser, tronos abisales de una nota, de un aire, de un sonido anclado en la partitura de nuestra existencia. Si a esto nos asemejamos, nuestra única redención posible dista tanto de todo que la distancia es el sentido de nuestra semejanza y nos encontramos, como dijo el poeta, entre el todo y la nada, equidistando, a salvo del tiempo, engaño de mentes sedientas de verdad. Sanagustín.blogspot.com: ahí encontraríamos las respuestas si hubiera preguntas que hacerse y no para escapar de la desidia, sino para aprehender alguna certeza semejante a Dios.

viernes, 18 de enero de 2008

Bogotá 2006


La amabilidad hasta en el mover una silla. La sonrisa en cada letra de su hermoso platicar. Educada forma de dar los buenos días esperan al extranjero que trata de superar el dolor de cabeza provocado por el mal de altura. Estamos en Bogotá y abril está comenzando sin ningún poder. No creo que ella esté aquí, envuelta en el olor a especias que desprenden las chimeneas de las pequeñas casas ocupadas en el barrio de La Candelaria. Sería una sorpresa, desde luego, encontrarla aquí, tan lejos de mi país, de mi continente, de mi pequeño cuarto lleno de luz primaveral chocando contra la blanca colcha de mi cama. Sería una desgracia encontrar aquí a la desconocida. Enterraría mi ilusión en el campo de los imposibles y no habría San Antonio capaz de remendar mi rota alegría. Miro el vestíbulo del hotel, donde lo civil y lo militar conviven con la desconfianza justa para no embargar su libertad y su oficio. La cofia se ha hecho fuerte en los moños de las mujeres de la limpieza. Se agarra al pelo de la mucama, que se afana, en silencio y masticando un chicle de menta, en sacar brillo a lo impoluto. Afinaría lo afinado, de ser música. Quizás esta mujer toque el piano cada noche pensando en un extranjero al que amó más que a su sonrisa. También se mezclan razas, naciones, lenguas, modas, estilos, preferencias, bellezas, erotismos...¿Por qué no habría de aparecer de entre todos, de entre todo, la desconocida? Me ha parecido ver a una chica igual que ella. Era ella. ¿Pero cómo estar seguro? ¿Y por qué ese afán por poner rostro a la dueña de los enseres más valiosos de mi alma? Se ha sentado cerca una chica oriental. Sobre sus piernas, activo, un ordenador portátil. ¿Será...? Quién sabe. No obstante, por mucho que apueste o intente adivinar, la única certeza que me alimenta esta tarde lluviosa en el interior de este gran hotel de Bogotá es que cuando ella me vea vendrá a coger mi mano y me dirá, en un susurro que dejará caer al fondo de mi tímpano derecho: “He llegado, tranquilo, ya estoy aquí.” Quizás yo, entonces, sonría a mi desconocida. Y llore con un llanto que me hará pequeño, cada vez más y más pequeño. Ella me volverá a repetir: “He llegado, tranquilo, ya estoy aquí.” Y yo volveré a crecer hasta llegar a estos treinta y un años en los que tan solo y triste me encontraba. “Vámonos”- le diré. Y dejaremos atrás dudas, penas y la fatiga que le produce a las almas sensibles abrir los ojos y ver el mundo cayéndose cada mañana.

miércoles, 16 de enero de 2008

insomne


Cuando uno es pequeño, no joven, pequeño, y tiene en sus piernas seis o siete años desayuna y sale a la calle, va al colegio o, si es día de fiesta, corre a buscar sus juguetes y ahí empieza a desgastarse, descargarse podríamos decir. Y cada respiración encuentra un por qué, ya sea en clase o apretando el gatillo del scalextric. De esa forma consume el día hasta que sus fuerzas se agotan y reclaman descanso y sueño. Eso dura unos años, después todo se torna insoportable. Uno busca en los sueños el mismo agotamiento y encuentra que su cuerpo no se cansa de soñar. Entonces no hay manera de darle un sentido al descanso ni al dormir y todo se torna en un dormir en vida. Celosos, mantenemos las fuerzas a salvo pensando que quizás algún día sean necesarias para la realización de los sueños. Pero, error, los sueños conducen a otros sueños que tampoco dan sentido al desayuno y uno se siente agotado de tanta fortaleza. Así uno, cargado, deambula por la casa, revuelve entre papeles y mira a la ventana razonando que es ahí fuera donde está la salida del laberinto. Podría, en un momento, acercarse a la puerta, subir la cremallera de su chupa, enroscar la bufanda en su cuello y salir a esa calle sanadora, a ese aire frío y redentor. Podría hacerlo, pero en vez de ello, sueña con ello e imagina un por qué para no hacerlo. Encuentra ese por qué en unas notas escritas a altas horas en las que se pregunta, él siempre se pregunta, una y otra vez, pregunta tras pregunta sin descanso, por qué no se abate el cansancio sobre su cuerpo como cuando era niño. Se sienta y escribe y sueña, con lo que comete, de nuevo, el garrafal error antes mentado. Y en este laberíntico deambular por la vida siente que se desgasta antes lo que le habría de durar siempre y que, apenas intacto, el cuerpo le reprocha cada palabra escrita, cada línea soñada, cada idea y cada pensamiento. Si somos un cuerpo y un espíritu habría que buscar un pacto cordial y evitar los duelos, sobre todo a altas horas de la madrugada. Cuando uno está inquieto, el otro se inquieta más, como un amo y un perro que se turnasen el collar. Preguntas y más preguntas y la respuesta cerca, a tiro de piedra, a cuatro pisos en un ascensor moderno y aseado por una vieja portera. Pero hay, parece, un no querer oír la solución palpable, sencilla y certera. Hay, parece, un miedo a perderse en las calles, a descargar de más tanta energía allá donde nadie nunca te agradece más que termines pronto y te evapores. Y así no. Así no hacemos nada. Cuando uno es pequeño, al parecer, el miedo es un fantasma. Cuando crece, me temo, el fantasma es el miedo. Un miedo incomprensible, rotundo pero amable, que acaricia y sin embargo deja heridas palpables en el rostro, en las manos, en el alma.

Copla



¡Qué tristes, qué tristes sois
sencillas coplas gitanas!
¿quién al oíros no sueña,
entre recuerdos y lágrimas?

Centro de Salud Pontones 8-1-2008

Aquí se hacen bromas al salir y un hombre de unos sesenta le dice con gracia a un paisano de su misma quinta al que le acaban de hacer una ecografía: “¡Ahora te tomas seis cervecitas y como nuevo!”. Pero el chiste no encuentra orilla y naufraga en medio de un salvaje escepticismo. Este es el país del negro humor. Tal vez por eso llevamos la muerte del vecino con inusitada alegría. Todos aquí, cuatro, somos hombres. Estamos frente a las puertas donde los hombres miran dentro de los hombres y la fotografía se convierte en arte orgánico e interno. Cuatro hombres de edades diferentes, hígados diferentes, enfermedades, soledades, sueños y vidas diferentes. Compartimos el tiempo de espera, lo dividimos en cuatro con la esperanza de no empacharnos de sopor. Aquí el calor me recuerda al brasero de mi abuela Carmen. ¡Cuántas tardes matamos jugando a las cartas al calor de ese brasero! Si tuviéramos cartas y un brasero tal vez podríamos, en lugar de mirar circunspectos hacia el suelo tedioso bajo nuestro calzado de invierno, echar una manita de tute, brisca, qué sé yo, aunque tal vez no estaría bien visto el azar en un lugar en el que el azar lo es todo.