miércoles, 3 de diciembre de 2008

Eterno retorno


Tengo que reírme. Pero no una sonrisa que pinta plano un fondo en la comisura, sino una risotada dolorosa, de aquellas que te parten y te lanzan a la alfombra en busca de un alivio indeseado. De dibujar dibujo una gran carcajada, tremendo escupir de divertida lava, cuando me hablan del eterno retorno aquellos que nunca retornaron, que nunca se movieron de su verdad. Nada de pegas que pegar, entre otras cosas porque no hay tímpanos que recojan mi risa alrededor. Retornado otra vez, ciclón de las inconstancias saludables, enemigo voraz de mis rutinas, al abrazo oscuro y amistoso que se parapeta tras la barra –defendido de tanto hace ya tantos tanto-. Y qué alegría tan privilegio me arrastra hacia el reír. Y más cuando me hablan del eterno retorno los filósofos de la inacción. Uno encuentra placer en un frontón del que uno conoce su secreto: ninguna bola lanzada regresa del mismo modo tras estrellar su cuerpo contra el muro. Variables y detalles hacen del retornar un hallazgo eterno e inconcluso. Nunca anochece igual. Hasta en los ojos. Y noches diversas paren diversos soles. Nunca es el mismo segundo el que arropa tu delirio, el que llama delirio a tu constancia, el que llama constancia a tu retorno. Y aunque insistan y aparentemente... Yo no sé lo que es parece. Me tengo que reír, iluminado de gozo, al recordar las enseñanzas de las estatuas, ¡altivo de mí! Descerrajo sonrisas sin ánimo de ofender al ofendido nato. En silencio. Solo. Sin gesto que delate la alfombra, el suelo, el volcán, el risible retorno. Alguien lo entenderá, pero no seré yo. Mi papel es otro bien distinto. Expositor de emociones invisibles nunca en venta, expongo mi cachondo pensamiento sin alterar el orden natural, sin arengar a nadie, sin lanzar al mundo a una batalla que retornará a su absurda procedencia. ¿No es como para perder los tornillos en alguna esquina? ¿O será para enlutar el gesto y fustigarse? Nunca bota la pelota de plástico amarillo en el mismo punto del hormigón, y cambia la fuerza y la dirección muda. Es todo extraordinario: la risa y el retorno, el frontón y esta silla, esta mesa, este lugar, camaleón sin nombre dispuesto cada noche a ser absolutamente reinventado, insospechadamente retornado. Viendo el panorama, ¿tengo o no tengo que reírme?

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