miércoles, 30 de enero de 2008

Semejanza


El Creador nos hizo a su imagen y semejanza. Su semejanza se asemeja al reflejo de un fantasma en un espejo de agua evaporada. Nuestra semejanza, por tanto, se aleja de ese Dios invisible, mudo, desconocido, de ese ente virtual comprado por teléfono a altas horas de la madrugada y del que un cartero sin papeles explotado por alguna subcontrata se excusa amparándose en certificados del extravío. Somos semejanza del extravío, huecos del ser, tronos abisales de una nota, de un aire, de un sonido anclado en la partitura de nuestra existencia. Si a esto nos asemejamos, nuestra única redención posible dista tanto de todo que la distancia es el sentido de nuestra semejanza y nos encontramos, como dijo el poeta, entre el todo y la nada, equidistando, a salvo del tiempo, engaño de mentes sedientas de verdad. Sanagustín.blogspot.com: ahí encontraríamos las respuestas si hubiera preguntas que hacerse y no para escapar de la desidia, sino para aprehender alguna certeza semejante a Dios.

viernes, 18 de enero de 2008

Bogotá 2006


La amabilidad hasta en el mover una silla. La sonrisa en cada letra de su hermoso platicar. Educada forma de dar los buenos días esperan al extranjero que trata de superar el dolor de cabeza provocado por el mal de altura. Estamos en Bogotá y abril está comenzando sin ningún poder. No creo que ella esté aquí, envuelta en el olor a especias que desprenden las chimeneas de las pequeñas casas ocupadas en el barrio de La Candelaria. Sería una sorpresa, desde luego, encontrarla aquí, tan lejos de mi país, de mi continente, de mi pequeño cuarto lleno de luz primaveral chocando contra la blanca colcha de mi cama. Sería una desgracia encontrar aquí a la desconocida. Enterraría mi ilusión en el campo de los imposibles y no habría San Antonio capaz de remendar mi rota alegría. Miro el vestíbulo del hotel, donde lo civil y lo militar conviven con la desconfianza justa para no embargar su libertad y su oficio. La cofia se ha hecho fuerte en los moños de las mujeres de la limpieza. Se agarra al pelo de la mucama, que se afana, en silencio y masticando un chicle de menta, en sacar brillo a lo impoluto. Afinaría lo afinado, de ser música. Quizás esta mujer toque el piano cada noche pensando en un extranjero al que amó más que a su sonrisa. También se mezclan razas, naciones, lenguas, modas, estilos, preferencias, bellezas, erotismos...¿Por qué no habría de aparecer de entre todos, de entre todo, la desconocida? Me ha parecido ver a una chica igual que ella. Era ella. ¿Pero cómo estar seguro? ¿Y por qué ese afán por poner rostro a la dueña de los enseres más valiosos de mi alma? Se ha sentado cerca una chica oriental. Sobre sus piernas, activo, un ordenador portátil. ¿Será...? Quién sabe. No obstante, por mucho que apueste o intente adivinar, la única certeza que me alimenta esta tarde lluviosa en el interior de este gran hotel de Bogotá es que cuando ella me vea vendrá a coger mi mano y me dirá, en un susurro que dejará caer al fondo de mi tímpano derecho: “He llegado, tranquilo, ya estoy aquí.” Quizás yo, entonces, sonría a mi desconocida. Y llore con un llanto que me hará pequeño, cada vez más y más pequeño. Ella me volverá a repetir: “He llegado, tranquilo, ya estoy aquí.” Y yo volveré a crecer hasta llegar a estos treinta y un años en los que tan solo y triste me encontraba. “Vámonos”- le diré. Y dejaremos atrás dudas, penas y la fatiga que le produce a las almas sensibles abrir los ojos y ver el mundo cayéndose cada mañana.

miércoles, 16 de enero de 2008

insomne


Cuando uno es pequeño, no joven, pequeño, y tiene en sus piernas seis o siete años desayuna y sale a la calle, va al colegio o, si es día de fiesta, corre a buscar sus juguetes y ahí empieza a desgastarse, descargarse podríamos decir. Y cada respiración encuentra un por qué, ya sea en clase o apretando el gatillo del scalextric. De esa forma consume el día hasta que sus fuerzas se agotan y reclaman descanso y sueño. Eso dura unos años, después todo se torna insoportable. Uno busca en los sueños el mismo agotamiento y encuentra que su cuerpo no se cansa de soñar. Entonces no hay manera de darle un sentido al descanso ni al dormir y todo se torna en un dormir en vida. Celosos, mantenemos las fuerzas a salvo pensando que quizás algún día sean necesarias para la realización de los sueños. Pero, error, los sueños conducen a otros sueños que tampoco dan sentido al desayuno y uno se siente agotado de tanta fortaleza. Así uno, cargado, deambula por la casa, revuelve entre papeles y mira a la ventana razonando que es ahí fuera donde está la salida del laberinto. Podría, en un momento, acercarse a la puerta, subir la cremallera de su chupa, enroscar la bufanda en su cuello y salir a esa calle sanadora, a ese aire frío y redentor. Podría hacerlo, pero en vez de ello, sueña con ello e imagina un por qué para no hacerlo. Encuentra ese por qué en unas notas escritas a altas horas en las que se pregunta, él siempre se pregunta, una y otra vez, pregunta tras pregunta sin descanso, por qué no se abate el cansancio sobre su cuerpo como cuando era niño. Se sienta y escribe y sueña, con lo que comete, de nuevo, el garrafal error antes mentado. Y en este laberíntico deambular por la vida siente que se desgasta antes lo que le habría de durar siempre y que, apenas intacto, el cuerpo le reprocha cada palabra escrita, cada línea soñada, cada idea y cada pensamiento. Si somos un cuerpo y un espíritu habría que buscar un pacto cordial y evitar los duelos, sobre todo a altas horas de la madrugada. Cuando uno está inquieto, el otro se inquieta más, como un amo y un perro que se turnasen el collar. Preguntas y más preguntas y la respuesta cerca, a tiro de piedra, a cuatro pisos en un ascensor moderno y aseado por una vieja portera. Pero hay, parece, un no querer oír la solución palpable, sencilla y certera. Hay, parece, un miedo a perderse en las calles, a descargar de más tanta energía allá donde nadie nunca te agradece más que termines pronto y te evapores. Y así no. Así no hacemos nada. Cuando uno es pequeño, al parecer, el miedo es un fantasma. Cuando crece, me temo, el fantasma es el miedo. Un miedo incomprensible, rotundo pero amable, que acaricia y sin embargo deja heridas palpables en el rostro, en las manos, en el alma.

Copla



¡Qué tristes, qué tristes sois
sencillas coplas gitanas!
¿quién al oíros no sueña,
entre recuerdos y lágrimas?

Centro de Salud Pontones 8-1-2008

Aquí se hacen bromas al salir y un hombre de unos sesenta le dice con gracia a un paisano de su misma quinta al que le acaban de hacer una ecografía: “¡Ahora te tomas seis cervecitas y como nuevo!”. Pero el chiste no encuentra orilla y naufraga en medio de un salvaje escepticismo. Este es el país del negro humor. Tal vez por eso llevamos la muerte del vecino con inusitada alegría. Todos aquí, cuatro, somos hombres. Estamos frente a las puertas donde los hombres miran dentro de los hombres y la fotografía se convierte en arte orgánico e interno. Cuatro hombres de edades diferentes, hígados diferentes, enfermedades, soledades, sueños y vidas diferentes. Compartimos el tiempo de espera, lo dividimos en cuatro con la esperanza de no empacharnos de sopor. Aquí el calor me recuerda al brasero de mi abuela Carmen. ¡Cuántas tardes matamos jugando a las cartas al calor de ese brasero! Si tuviéramos cartas y un brasero tal vez podríamos, en lugar de mirar circunspectos hacia el suelo tedioso bajo nuestro calzado de invierno, echar una manita de tute, brisca, qué sé yo, aunque tal vez no estaría bien visto el azar en un lugar en el que el azar lo es todo.