martes, 27 de noviembre de 2007

Ofelia


¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?

Georg Heym

Una risa se esfuma entre la tierra donde Ofelia la loca da reposo a su amor. ¡Tan llena está de flores y ternura rebosando en sus labios! Mirad cómo se arroja al rugoso nenúfar, cómo ansía agarrar entre sus manos blancas de princesa de cuento la quietud última, la paz soñada del alma.

Nadie te llora, loquita inmaculada, virgen desvirgada por la duda de un hombre rencoroso. Ya se calló el río. Y sus corrientes pararon para verte, tumbada, con las manos bien prietas, bien juntas sobre el pecho, sujetando aquel ramo de flores que arrancaste mientras cantabas las canciones que una muerta te enseñó de niña.

Ahora el viento dirige tus cabellos indefensos y a las nubes algo les atraviesa dentro; algo así como piedras de río chocando contra sus fuertes pechos acorazados.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Fernando

No tuve la suerte de conocerle en persona. Y aunque sí devore sus memorias y compartí su tiempo amarillo, me faltó tiempo. Quise leer en el teatro un poema de Hierro en honor de su ausencia, me faltó valor. Y sin embargo él me recuerda la importancia del tiempo y del valor. Qué suerte que nos quede tanto donde aprender de él a nosotros, cómicos en edad de ser sus nietos y que podamos llorar por su memoria como si de nuestro abuelo se tratara.

La mala vida

La mala vida nos coge de los pelos y nos mete en casa, a oscuras en el cuarto de ayer sin limpiar de tanto sueño acumulado. La mala vida encierra nuestros cuerpos en una paz quebrada como un cristal por el que se cuela el aire. La mala vida empieza con un zumo y un vaso de leche en la mañana pronto, y galletas bronceadas en el cálido infierno de un triste panadero. La mala vida nos empuja a escribir, nos priva de la calle y de las gentes, nos lanza hacia nosotros como una bomba de vacío (pero no nos dice qué esconde dentro el arma). La mala vida nos conoce tanto que sin quererlo ama lo que seremos y lo que fuimos lo mete en una bolsa y al cubo a esperar el camión de los mil ruidos y los malos olores. La mala vida descarta lo fútil, lo pasajero, lo caduco, lo inestable, para mañana llenarte la colcha de nuevo con todo. Y entre tanto, vivimos, pese a la mala vida, sentados en los brazos de una butaca que no ocupa nadie.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Brecht

Dos cosas, entre otras muchas, tenemos que agradecerle: su empeño en que el actor no fuera el tonto naif que era considerado en el siglo XIX sino un hombre de su tiempo, pensante y sagaz y por otra el invitar al público a disfrutar el teatro de una manera diferente a como estaba acostumbrado: Yo ofrezco simplemente los hechos para que el público piense por sí mismo. De ahí que necesite un público de sentidos avezados, que sepa observar y que disfrute ejerciendo su intelecto. Invitaba al público a tomar una distancia, a no olvidar que lo que veía era teatro, no la vida, y que ese teatro tenía una función didáctica. Era, por encima de todo, un docente, y así le gustaba que le describieran. Pero enseñar, apuesto a que lo sabía muy bien, es el último peldaño del aprendizaje y él fue un gran alumno. La Biblia fue el libro que más le influyó: Procurad que, al dejar este mundo, no sólo hayáis sido buenos, sino que dejad también un mundo bueno, dice en Santa Juana de los Mataderos. Después llegaron Confucio y Mao Tse-Tung que determinaron su forma de escribir y “envenaron” su pluma con parábolas y citas orientales, lo que, paradójicamente, le convirtió en un dramaturgo moderno y transgresor: Y el hombre en un impulso afectuoso aún preguntó: “¿Qué ha llegado a saber?” Y el muchacho explicó: “Que el agua blanda hasta la piedra acaba por vencer. Lo duro pierde”. Bebió de las fuentes más antiguas del saber y trató de enseñarnos algunas cosas, no sólo de la vida, sino también, como hizo en El pequeño organón, del oficio del teatro.