sábado, 23 de febrero de 2008

Situaciones insospechadas


Somos capaces de adaptarnos a las situaciones más insospechadas. En realidad somos incapaces de no adaptarnos incluso en las situaciones más insospechadas. Somos capaces de hacer la o con un canuto y bebernos una botella de ron en una noche, pero somos incapaces ante la inmanente inadaptación. Hemos aprendido a no volar. A no volar muy bien. Tememos la adaptación tanto como tememos la no adaptación. Pensamos que ambas cosas nos alejan del yo. Yo soy todo y todo es yo. Yo soy para mí y todo es para mí. Adaptados sentimos que el yo cae al abismo. Inadaptados sabemos que el yo cae al abismo. Buscamos las respuestas entre luces eléctricas, o bien por la mañana con un sol espléndido tomando un café en la agradable terraza de la esquina. Pero las perseguimos sin tregua de la noche a la mañana o viceversa. Y luego nos dormimos, si podemos. Las respuestas nos llevan al yo y viceversa, pero al yo adaptado y al inadaptado. Para la respuesta, según parece, no hay distingos entre un tipo y otro tipo de yo. A la respuesta le basta y le sobra con creer en un yo. Un yo en el que la respuesta, según intuimos, no encuentra interlocutor. Formulamos mal las preguntas sobre el yo, y viceversa. Formulamos bien las ideas, las imágenes y los conceptos pero nos pierde el parloteo. La palabra, la que se hace la encontradiza, nos falla una y otra vez. Parece que la palabra pierde siempre, es mala jugadora, es gafe en las apuestas. Entonces reflexionamos y dejamos de hacer preguntas sobre el yo. Empezamos, con más ansia si cabe, a preguntarnos sobre el quid de la cuestión: las situaciones más insospechadas.

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