martes, 13 de mayo de 2008

J.

No se atreve a salir el sol todavía. No quiere o tiene miedo o quién sabe. Yo nada sé del sol, nada de sus costumbres, nada de esta ciudad, nada de los pensamientos de J. Hace unas horas, unos cercanos siglos, sitiaban mi lucidez las más extravagantes ideas, me ponía en la piel de los otros y tratando de adivinar por qué no esa llamada sufría y lamentaba la espera como quien lamenta que hoy no haya salido el sol. Pero eso fue antes de ayer, mucho antes, en otra vida, antes incluso de nacer esta mañana, antes, qué hermoso lo escribió Hidalgo, de que la palabra antes existiera. No se atreve el sol a salir y bien podría tomarme como ejemplo. Luzco sobre esta calma aún por conocer, calma nueva que zambulle su aire en esta agitada primavera. Y aunque J., presente, esté tan cerca -¿quién demonios soy yo para ignorarlo?-, idéntica distancia es la que yo mantengo. No quiero importunar a sus demonios, ni ser humana traba de su búsqueda. Algo sé del buscar y del perder y entiendo que no siempre es el mar quien llena de aire fresco nuestros pulmones. Algo sé, pero la llave mágica se perdió en el pozo de los deseos hace ya muchas ilusiones. No se atreve a salir el sol. Quizás esté durmiendo bajo sus mismas sábanas, regando de calor sus fríos sueños. Quizás evaporando pesadillas y sudando su mal, del que nada sé. Tan sólo compartí unas migajas lanzadas a hurtadillas en un vino y unas patatas fritas. Aparecí en su cuerpo como quien improvisa una carta de amor y tacha, corrige y reescribe tratando de acertar, iluso de mí, con las palabras. Fuimos dioses un instante y repartió el silencio la baraja. La suerte adormilada sobre el verde tapete de lo cotidiano. Yo le recé al tiempo para que se pusiera de mi lado pero ni el sol ni el tiempo han salido en mi defensa todavía. Nada nuevo, nada bueno ni malo, nada que me extrañe en demasía yo que nada sé de J. ni de mis altos vuelos y caídas.

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