viernes, 30 de mayo de 2008

El dedo hermoso

Acabamos de hablar. Unos minutos al teléfono que han sido un pisar la luna. Su voz, tímida y fresca, se coló en mi piel, manchada todavía por el insomnio y el alcohol, como la guía en la vena del enfermo. Abracé sus palabras como agarra el bebé el dedo de su madre. Todo lo que dijo lo recuerdo ahora recubierto de mar salada. Me llega con ella la memoria de mi añorada bahía, tan poco valorada –perdóname, inmenso mar- cuando al abrir la mano del sueño la encontraba en mi palma envuelta en sol y sur. Si ella supiera lo que para mi... Sí, ella sabe, ¿pero y yo? ¿Sé yo que escribirá ella ahora, momentos después de colgar el teléfono? ¿He dicho colgar? Más bien habría que matizar y decir: después de apretar el botón que corta la señal, la comunicación, la conversación y nos devuelve al silencio. ¿Qué escribirá ahora tras apretar ese botón con su precioso dedo? Ese dedo me pareció el más hermoso que una mano pudo jamás tener. No me refiero a escribir en papel, como hago yo ahora, instantes después de hablar con ella –instantes que se me antojan ahora una vida entera, instantes en los que he envejecido y muerto varias veces-. Hablo de otro escribir: en el aire, en el tiempo, en la luz, en el sueño, en la risa, en el mirar a través de una ventana algo sucia por el polvo... Escriba lo que escriba será perenne ya en el pasado mudo; habitará un tiempo que es cadáver y yace bajo frías paladas de presente. Pisamos nuestra vida sobre millones de escritos tras instantes profundamente muertos. Conocerse es dar a luz una nueva existencia. Ella existe ahora y para siempre. Sí, ella, que no existía. Qué generosa puede ser la vida al precio de un saludo. Acabamos de hablar hace un momento. Acabamos de nacer hace un instante – un instante que ahora es un desierto inmenso que se traga las vidas que asoman su esperanza tras las dunas-. Y para celebrarlo escribo estas palabras, mancho de tinta el aire de mis pensamientos. Palabras que dejan de pertenecerme, que no son sino un laberinto, un jeroglífico que dejaré a aquellos que se asomen a mi muerte, cuando mi cuerpo, cansado de su sombra, se oculte del sol de una vez para siempre. ¿Qué será entonces de la conversación tenida hace un momento con la chica del dedo hermoso? ¿Dónde estará ella entonces? Ella, que me tuvo, que me hizo nacer al aceptar el vino al que invité...¿A qué poema pertenecerán sus versos? ¿En que mar lavará sus dichas y tristezas? Cuanto camino queda, cuanto presente por sepultar antes de hallar una respuesta. Una respuesta que será el vientre donde engendrar tantas preguntas como estrellas puedan verse en el límpido cielo de sus ojos. Bebo un trago de agua. Miro al frente sin mirar nada. Nada en absoluto. Nada que me ancle al suelo. Sólo vuelo, floto en el espacio que invento sobre la marcha con un puñado de letras. Es salvaje esta forma que tengo de curarme. Huyo del tiempo, lo ignoro o lo hago pequeño volando así, volando aquí, en este trozo de papel. Sonrío. Si ella estuviera aquí ahora no podría evitar acariciarme, porque me he hecho tan pequeño, me he vuelto tan débil y estoy tan desnudo y tan solo...Pasaría su mano por mi pelo, tocaría mi oreja en silencio y yo dejaría de escri

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