sábado, 22 de marzo de 2008

La pregunta


Sabiamente me alejé. Y aunque no recuerdo el rumbo tomado si es clara la determinación de mis pasos. Fui todo yo memoria del abandono y la derrota. Después, lejos de todo aquello, empecé a ensayar la olvidada sonrisa delante del espejo; una suerte de rehabilitación heroica y milagrosa. Del camino sólo recuerdo un viento frío azotando mi rostro y la verde hierba acurrucada en mis pupilas. Pasos lentos abrían el sendero que se cerraba de inmediato tras de mí del mismo modo en que anochecía tras mi espalda. Las manos, si mi memoria no falla, jugueteaba una dentro del bolsillo con un billete de metro ya usado y la otra flotaba sobre el aire como una ala que cortase el viento y se balanceaba arriba y abajo, arriba y abajo, danzando cada dedo al compás del frío y del cansancio. No había más música que el pálpito de mi corazón. Una lágrima servía de guía y luz. Esa lágrima respondía a la pregunta que jamás tuve el valor de contestar. Tal vez nunca llegué a hacerme la pregunta, muerto de puro miedo a una tentación. O quizás la hice en aquella mañana enfrentado a la bahía de mi querido norte y se perdió en sus aguas para siempre.

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