lunes, 24 de marzo de 2008

Enredando las manos

Enredando las manos cual si fueran versos traviesos en busca del tacto suave de una palabra. Pájaro extiende sus alas esdrújulas y de su pico llano sale un trino en un sol agudo. Transfigura, amigo, tu carne herida por la pluma. Sé valiente, poema recién nacido en mi memoria. Y enseña tus palmas a la lluvia incesante; que limpien las gotas cualquier resto de luz. Amparado en las líneas que dan rectitud a la nostalgia observo las otras brumas, las otras tormentas, la lluvia seca, el frío que bucea en la sangre caliente de mis años...Mas de mi observancia clavada en esta silla sólo deduzco el hecho de que callo demasiado a menudo. Caigo en el silencio de la palabra herida desde la montaña de cumbre oscura y fría de mi tristeza enferma. Si no fueran mías estas manos...este poema...estas palabras llanas y estos pájaros...sería tan difícil servir a mi desdicha como aterrizar las lágrimas en las nubes grises que acotan este cielo castellano.

1 comentario:

Popova dijo...

Un cuento:

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizá donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta...

En un reino mágico donde las cosas no tangibles se vuelven concretas... Había una vez un estanque maravilloso.

Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...

Hasta aquel estanque mágico y transparente se acercaron la Tristeza y la Furia para bañarse en mutua compañía. Las dos se quitaron sus vestidos y, desnudas, entraron en el estanque.

La Furia, que tenía prisa (como siempre le ocurre a la Furia), urgida -sin saber por qué-, se bañó rápidamente y, más rápidamente aún, salió del agua.

Pero la Furia es ciega o, por lo menos, no distingue claramente la realidad. Así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, el primer vestido que encontró.

Y sucedió que aquel vestido no era el suyo, sino el de la Tristeza. Y así, vestida de Tristeza, la Furia se fue.

Muy calmada, muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la Tristeza terminó su baño y, sin ninguna prisa -o, mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo-, con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla se dio cuenta de que su ropa ya no estaba. Como sabemos, si hay algo que a la Tristeza no le gusta es quedar al desnudo. Así que se puso la única ropa que había junto al estanque: el vestido de la Furia.

Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la Furia, ciega, cruel, terrible y enfadada. Pero si nos damos tiempo para mirar bien, nos damos cuenta de que esta Furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la Furia, en realidad, está escondida la Tristeza.